martes, 4 de octubre de 2011

Cuando el miedo se apodera de uno...

La vida y otras cosas... con un twist de limón


¡Hello, hello! Esta entrada la escribo desde la hermosa ciudad de Campeche. Sí, es hermosa, aunque acepto que aburrida y espero no ofender a nadie con mi opinión. Me encuentro en pleno centro de la ciudad donde, en estricta teoría, está la actividad pero es un verdadero reto encontrar un lugar con onda. Por fin encontré un barecito donde puedo fumar y echarme una chelita mientras escribo, ah pero la música de cabaret de fondo no es lo mío. En fin, no se puede tener todo en la vida. Estoy contenta de estar aquí trabajando y conociendo nuevos lugares, en especial conocer más de mi país que tanto quiero. Los campechanos son personas muy amables en verdad. Ya había tenido una experiencia medio tétrica con los mayas porque algunos son muy cerrados. Sin embargo, puedo decir que aquí no lo son tanto, o tan quizás he tenido suerte. Me han acogido de maravilla. Incluso en la Procuraduría, donde en este momento doy un diplomado. Llegué con pavor de la energía que iba a tener el lugar pero me llevé la grata sorpresa de que todos son muy amables y me han brindado una mano cada vez que la he necesitado. Espero que en estos días pueda conocer más de este estado al que hoy le digo, ¡felicidades!, porque además hoy se cumplen 234 años de que se fundó la ciudad de San Francisco de Campeche.


Sin más preámbulo, quiero hablar sobre el miedo; un eterno demonio en la vida de todos. La inspiración que me llegó para hablar de este tema me la dio un pequeñito percance que tuve. Lo que empezó como una tontería acabó en un broncón. No quiero ventilar detalles porque ni siquiera vienen al caso. Lo que quiero decir es que, en el momento de reflexión que tuve, me di cuenta que dentro de toda la bronca, yo actué porque el miedo estaba a todo lo que daba. ¿Miedo a qué? A perder el amor, a perder la relación más sana que he tenido en toda mi vida, a perder mi individualidad, a perder cierta libertad; que además es una tontería porque no me interesa más ser "libre" o soltera. Estoy feliz porque por fin la vida me dio el regalo de encontrar lo que siempre había buscado. Si todo está color de rosa y shalalá, entonces, ¿por qué el miedo?


En el vuelo del D.F. a Campeche le empecé a echar mucho coco a lo que pasó y a diferentes vivencias y emociones que he tenido en los últimos años, incluso en toda mi vida. Recuerdo cuando era niña mis papás nos llevaban a Reino Aventura (Six Flags para los pubertos que no sepan lo que es) cada fin de año escolar. Me encantaba subirme a todos los juegos y mientras más rudos, yo más feliz. Quería subirme varias veces y sentir los ovarios en la garganta. De niña también jugaba con cuanto animal me encontraba, ponzoñoso o no. Trepaba árboles y mientras más difíciles de escalar, mejor. Quería llegar hasta las ramas más altas y claro, luego como gato bruto andaba gritando para ver cómo demonios me bajaba. (Quien haya vivido su niñez en Cuernavaca entenderá a lo que me refiero). Hoy en día, me dan pavor los juegos mecánicos. No me subo a un árbol porque ni siquiera tengo la elasticidad o la gracia para hacerlo, y seguramente dejaría la mitad de mi piel embarrada en la corteza o terminaría con un brazo roto. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué de un día para el otro me dio miedo? Tuve una experiencia como a los 16 años en donde casi me mato por andar escalando el Tepozteco por una zona no amigable y casi me rompo la calabaza. Desde ese entonces, adiós a cualquier experiencia que tenga que ver con las alturas. Hola, soy Alejandra y le tengo miedo a las alturas. Punto. 


Alguna vez leí que el ser humano no tiene una conciencia real o total de los peligros del mundo hasta que cumple 21 años. No quiere decir que al cumplir 21 de pronto todo nos da miedo, pero sí tenemos una mejor percepción de las consecuencias de nuestros actos. Claro, están las personas adictas a la adrenalina como mi mamá que mientras más riesgo, más fregón. Cada persona tiene cierto nivel de gusto por situaciones que nos hagan sentir algún peligro, sólo que es diferente para cada uno. Para algunos puede ser aventarse de un paracaídas  mientras que para otros es ponerle el cuerno a su esposo/a esperando no ser cachado. Mi fix de adrenalina me la da la naturaleza, el ecoturismo, los animales que puedo encontrarme en la selva o esnorqueleando en un cenote donde el espacio entre las estalactitas y el agua es de pocos centímetros. (Demonios, ya llegó una mesa donde pusieron tan vomitivo reggaeton. Prefiero la música de cabaret. Los veré feo a ver si se van). Anyway, dentro de mis experiencias de adrenalina, es un hecho que siento miedo, pero me gana más el reto de hacer algo que nunca había hecho. (Jajajaja, funcionó la mirada de maldición gitana. Los vecinos se levantaron y se fueron). 


Bien, sobre el miedo. Según la Real Academia Española, el miedo significa lo siguiente (utilizaré sólo la primera acepción, que creo que va más con lo que quiero expresar):


Miedo(Del. lat. metus). 1. m. Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.


Real o imaginario... REAL O IMAGINARIO. Aquí está la cosa. Creo que el miedo real se vale y tiene que ver con un instinto de supervivencia. Si vemos una víbora de cascabel en la cocina, obvio que nos va a dar diarrea. Si vamos en la carretera a 140 km/h y se nos cruza un imbécil que está a punto de chocarnos, vamos a sentir los nervios de punta. Ese miedo es natural y necesario para no morir jóvenes haciendo estupideces, aunque aun así las hacemos. ¿Pero qué sucede con el miedo imaginario? Ése es el más perturbador de todos porque ni siquiera sabemos lo que va a suceder. Nos basamos en experiencias anteriores, algo que le pasó a otra persona o simplemente nos ganan nuestras inseguridades al grado de paralizarnos o peor aún, salir lastimados o lastimar a alguien más por algo intangible e inexistente. Por ejemplo, chocamos y de ahí para el real no queremos volver a manejar. Nos asaltaron y no queremos volver a salir a la calle, ¿por qué? Por miedo a que nos vuelva a pasar. Hay experiencias en la vida que nos marcan tanto y tan fuerte, que al primer síntoma nos quedamos inmóviles y evitamos de cualquier forma vivir lo mismo. Es una reacción natural pero no necesariamente la más sabia. No podemos vivir con miedo al grado de que dejemos de hacer lo que nos gusta o lo que necesitamos


Ahora, entrando al tétrico y complicado tema de las relaciones humanas, ¿por qué nos da tanto miedo entrarle al ruedo? Cada uno tendrá su respuesta pero creo que es muy sencilla. Nos han lastimado antes y no queremos que nos vuelvan a dar en la madre. A todos nos ha pasado que nos clavamos cual Cristo en cruz con alguien y ¡tómala! Nos rompen el corazón. Nos pintan el cuerno. Nos humillan. Nos tratan mal. Queremos cosas diferentes. La relación cambia. No era la persona que buscábamos. O peor aún, nos salen con el patético "no eres tú, soy yo". No digo pase todo esto, pero es posible que simplemente un truene nos haya marcado de tal manera que nos da un miedo espantoso empezar otra relación. A veces preferimos andar de free para evitar el compromiso y no perdernos. Hay quienes se vuelven patanes o patanas viviendo una constante y tarada venganza en contra del sexo opuesto (o el mismo, según las preferencias) escudándose en el también patético "tod@s son iguales" o lo que es peor, de manera consciente o inconsciente, saboteamos la relación y provocamos situaciones para terminar la relación antes de que nos manden a volar, y según nosotros, nos vuelvan a dar en la madre. Pero no es más que el miedo hablando. Creo que es muy peligroso dejar que ese miedo se apodere de nosotros porque corremos el riesgo de perder algo muy bueno, incluso lo mejor que nos puede pasar.


Pues se dice fácil, di no al miedo, pero ¿cómo? Ahí está la bronca. Debemos tener la inteligencia emocional para poder identificar el miedo que sentimos; real o imaginario. Si estuvimos en una relación donde nuestra pareja nos trataba del nabo y empezamos otra donde vemos un patrón de conducta que puede llevar a lo mismo, el miedo puede ser real. Sin embargo, lo que es dañino es hacernos chaquetas mentales y meter a todos en la misma bolsa, y a la primera discusión verle cara de Charles Manson o Lorena Bobbitt. Creo que la mejor manera es, en primera, no generalizar. La comparación es inevitable pero ninguna relación es igual. No todos son el enemigo y si bien a nadie le gusta pelear, las discusiones e incluso los pleitos en cualquier tipo de relación son normales y sanos. No podemos siempre estar de acuerdo en todo y el chiste es encontrar un punto medio, y comunicar nuestras emociones con inteligencia. Con esto me refiero que no se trata de aventar la bolita al otro, sino decir lo que no nos gusta. No es lo mismo decir, "me duele cuando me hablas así" a "es que siempre me tratas mal", ¿o no?


No hay una ciencia exacta de cómo tratar a los demás porque cada quien es un mundo, pero si podemos ser mejores personas por el bien de la relación y por nosotros mismos. Esta vida está para eso, para vivirse. Si dejamos que el miedo se apodere de nosotros cada vez que nos aventuramos a algo nuevo entonces, ¿qué vida es ésa? 


Hay miles de caminos por tomar y cada quien escoge cómo vivir su vida pero sería una verdadera lástima llegar un día y decir, "debí haberme aventado y por miedo no lo hice". Total, ¿qué es lo peor que puede pasar?, ¿que nos volvamos a dar en la madre? Uy, qué miedo...


¡Bendiciones!


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